sábado, 6 de junio de 2009

Un carrete a fines del siglo XIX

*Extracto del libro "Diez años en la Araucanía" de Gustave Verniory... primera vez que una descripción de una escena de hace más de 100 años se me hace tan familiar.

El festín de Baltazar debió ser bien poca cosa comparado con un banquete chileno. Lo que se bebe es realmente fenomenal.
Se empieza con una media docena de vermouths a guisa de aperitivo. viene en seguida la cazuela, especie de caldo con trozos de pollo, zapallo,choclo, porotos verdes, aceirunas, todo aliñado con ají, que es una pimienta muy fuerte; se acompaña con un vino blanco de San Andrés, excelente por lo demás. Sigue una avalancha de platos rociados por un torrente de vinos Urmeneta, Panquehue, Subercaseaux, los mejores de Chile. Los que beben los naturales del país es prodigioso. una fiesta de la cual los invitados no salieran convertidos en cosacos, se consideraría como un aburrimiento mortal. Yo bebo, por cierto, moderadamente dentro de lo posible, tanto porque quiero conservar cierto prestigio, cuanto porque mi estómago, aunque bastante firme, no me permitiría seguir a los chilenos en sus pantagruélicas libaciones.
A la hora de los brindis la fiesta se transforma en un aniego. Alguien bebe a la salud del dueño de casa, y cada uno bebe un vaso al seco. Digo al seco, porque lo contrario sería una falta al "savoir vivre". El señor Illufiz, agradece, nuevo vaso. Continúa brindando a la salud del señor Verniory, que los honra con su asistencia a esta modesta reunión, este ilustre ingeniero, que aquí, que acá y que acullá. El ilustre ingeniero que etc, etc, toma su vaso y hace un pequeño discurso emocionado, que expresa sus votos al dueño de cada y dice la impresión profunda que siente al participar en una fiesta tan brillante, junto a la elite de la población de la noble nación chilena. Aplausos atronadores y doble vaso.
un invitado agradece al eminente ingeniero belga, y bebe por Bélgica, verniory bebe por Chile. Un invitado bebe por su vecino de la derecha, y éste por el de su izquierda y así en menos de media hora una docena y media de "toasts", lo fuerzan a uno a vaciar la misma cantidad de copas.
La llegada del café pone fin a estos desbordes de elocuencia, pero la calma no dura mucho rato, porque después del café llega el jerez, y los "toasts" recomienzan. Se vuelve a beber por todos los invitados, por la patria, por la terminación del ferrocarril, por el gobierno, por la oposición, y por fin se toma sin saber por qué.

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