miércoles, 7 de octubre de 2009

Los dueños de la tierra

*Extracto de "Las uvas de la Ira" de John Steinbeck.

Los propietarios de las tierras o, con mayor frecuencia, un portavoz de los
propietarios, iban a las tierras. Llegaban en coches cerrados y palpaban el polvo
seco con los dedos, y algunas veces perforaban el suelo con grandes taladros
para analizarlo. Los arrendatarios, desde los patios castigados por el sol, miraban
inquietos mientras los coches cerrados avanzaban sobre los campos. Y al fin los
representantes de los dueños entraban en los patios y permanecían sentados en
los coches para hablar por las ventanillas. Los arrendatarios estaban un rato de
pie junto a los coches y luego se agachaban en cuclillas y cogían palitos con los
que dibujar en el polvo.

Las mujeres miraban desde las puertas abiertas y detrás de ellas los niños,
niños de cabeza de maíz, los ojos de par en par, un pie descalzo encima del otro
y los dedos de los pies en movimiento. Las mujeres y los niños miraban a los
hombres hablar con los propietarios y callaban.

Algunos portavoces eran amables porque detestaban lo que tenían que
hacer, otros estaban enfadados porque no querían ser crueles, y aun otros se
mostraban fríos, porque habían descubierto hacía ya mucho tiempo que no se
puede ser propietario si no se es frío. Y todos se sentían atrapados en algo que
les sobrepasaba. Unos despreciaban las matemáticas a las que debían obedecer,
otros tenían miedo, y aun otros adoraban las matemáticas porque podían refugiarse
en ellas de las ideas y los sentimientos. Si un banco o una compañía
financiera eran dueños de las tierras, el enviado decía: el Banco, o la Compañía,
necesita, quiere, insiste, debe recibir, como si el banco o la compañía fuera un
monstruo con capacidad para pensar y sentir, que les hubiera atrapado. Ellos no
asumían la responsabilidad por los bancos o las compañías porque eran hombres
y esclavos, mientras que los bancos eran máquinas y amos, todo al mismo
tiempo. Algunos de los enviados estaban algo orgullosos de ser los esclavos de
señores tan fríos y poderosos. Se quedaban sentados en los coches y daban
explicaciones. Sabes que la tierra es pobre. Ya has escarbado en ella lo suficiente,
Dios lo sabe.

...

Ya lo sabemos, todo eso lo sabemos. No somos nosotros, es el banco. Un
banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es
como un hombre: es el monstruo.

Sí, claro, gritaban los arrendatarios, pero es nuestra tierra. Nosotros la
medimos y la dividimos. Nacimos en ella, nos mataron aquí, morimos aquí.
Aunque no sea buena sigue siendo nuestra. Esto es lo que la hace nuestra:
nacer, trabajar, morir en ella. Esto es lo que da la propiedad, no un papel con
números.

Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es como un
hombre.

Sí, pero el banco no está hecho más que de hombres.

No, estás equivocado, estás muy equivocado. El banco es algo más que
hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace,
pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el
monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.
Los arrendatarios gritaron:
—El abuelo mató indios, Padre mató serpientes, por la tierra. Quizá nosotros
podamos matar blancos, que son peores que los indios y las serpientes. Quizá
tengamos que matar para conservar la tierra, igual que hicieron Padre y el
abuelo.

Y ahora los hombres de los propietarios se encolerizaron.
Os tendréis que ir.

Pero es nuestra, gritaron los arrendatarios. Nosotros...
No. El banco, el monstruo es el propietario. Os tenéis que ir

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