sábado, 17 de octubre de 2009

Qué se puede hacer con tanta tierra!

*Extracto del libro "Las uvas de la ira" de John Steinbeck
...
Padre preguntó lentamente:
—¿No hay... no hay allí nada bueno?
—Sí, es bonito de ver, pero usted no podrá comprar nada. Si ve un naranjal
de naranjas amarillas, verá un tío con una escopeta que tiene derecho a matarle
si toca una sola. Hay uno, dueño de un periódico, cerca de la costa, que tiene un
millón de acres...
Casy levantó la mirada con presteza.
—¿Un millón de acres? ¿Qué rayos puede hacer con un millón de acres?
—No lo sé. Simplemente son suyos. Cría algo de ganado. Hay guardas por
todas partes para que la gente no entre. Viaja en un coche blindado. He visto
fotografías suyas. Es un tipo gordo y blando, con ojos perversos y la boca igual
que el agujero del culo. Tiene miedo de morir. Posee un millón de acres y tiene
miedo a morirse.
—¿Qué demonios puede hacer con un millón de acres? —exigió Casy—.
¿Para qué los quiere?
El hombre sacó del agua las manos, que se le estaban quedando blancas y
arrugadas, y las extendió, estiró el labio inferior e inclinó la cabeza sobre uno de
los hombros.
—No sé —respondió—. Debe de estar loco. Tiene que estar loco. Vi una foto
suya y tiene pinta de loco, de estar loco y de ser un mal bicho.
—¿Dice usted que tiene miedo a morir? —preguntó Casy.
—Es lo que he oído.
—¿Tiene miedo de que Dios le atrape?
—No sé. Miedo, simplemente.
—¿Qué más le da? —dijo Padre—. No parece pasarlo muy bien.
—El abuelo no tenía miedo —dijo Tom—. Cuanto mejor se lo pasaba más
cerca estaba de la muerte. Aquella vez que el abuelo y otro tropezaron con una
banda de navajos, por la noche, se lo pasaron como nunca, y al mismo tiempo
cualquiera habría dicho que estaban perdidos, que no tenían la menor
posibilidad.
—Parece que así es la cosa —dijo Casy—. A uno que se lo está pasando bien
le importa un comino, pero un tipo retorcido, solitario y viejo y decepcionado...
ese sí que tiene miedo de morir.
—¿Qué es lo que le decepciona teniendo un millón de acres? —preguntó
Padre.
El predicador sonrió y pareció confuso. Empujó salpicando con la mano un
insecto de agua que iba flotando.
—Si necesita un millón de acres para sentirse rico, me parece que es porque
en su interior se encuentra muy pobre, y si es pobre en sí mismo, no hay acres
suficientes que le vayan a hacer sentirse rico, y quizá esté decepcionado de que
no hay nada que él pueda hacer que le haga sentirse rico... rico como lo fue la
señora Wilson al ofrecer su tienda cuando murió el abuelo. No estoy intentando
predicar un sermón, pero nunca he visto a nadie que se dedicara a juntar cosas,
tan ocupado como un perro de la pradera, que no estuviera desilusionado. —
Sonrió con picardía—. Parece un sermón, ¿verdad?

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